Japón: Cha no yu, o la Vía del té

Yōshū Chikanobu Cha no yu

Cha no yu…Poesía y misterio emanan de cada una de estas sílabas. ¿No se diría que es alguna fórmula mágica? Y, sin embargo, su traducción literal es muy simple y prosaica: «agua caliente para el té».

Se ha convertido en un tópico el afirmar que Japón lo tomó todo de China: su arte, su filosofía, su religión y, naturalmente…su té.

Además, hay que esperar al siglo VI de nuestra era para ver al Japón confrontado con el Budismo chino, que descubre, también esto, por mediación de Corea. Con esta religión «oficial» afluyen enseguida todas las sectas procedentes del Budismo. Una de ellas, la secta Tendai, tuvo como fundador al monje Saicho, también venerado por haber introducido los primeros retoños de té. Era en 805, muy al principio del período Heian. Dicen que el emperador apreciaba tanto esta nueva bebida, que ordenó su cultivo en la mayor parte de sus provincias. Algunos poemas dan testimonio de la atmósfera refinada que rodeaba la degustación de estas primeras tazas de té. Así éste, extraído de una antología compuesta en 827:

No es desagradable
componer unos versos
mientras uno oye
triturar un buen té.
El interés despierta
y se desea entonces
oír el elegante
punteado de un laúd.

El té del que se trata es el que apreciaban los letrados chinos de la dinastía Tang. De hecho, estos versos son, más o menos, coetáneos del Cha King y el té se presentaba entonces en forma de pastilla (de ahí el "triturar un buen té"). Cuando los Song "inventaron" la segunda forma de té, metamorfoséandolo en polvo verde, los japoneses habían interrumpido las buenas relaciones que mantenían hasta entonces con el Imperio del Medio. Estas no se reanudaron hasta el siglo XI, con el envío a China de artistas y monjes japoneses, que habían ido allí para perfeccionar su educación.
El té hizo su reaparición gracias a los esfuerzos del monje Eisai muy conocido por su proselitismo en favor de la secta Rinzai, una variedad del budismo Zen. Introdujo la nueva costumbre del té en polvo, conocido en Japón con el nombre de matcha. Que esta bebida haya sido considerada por los monjes como un excitante capaz de prolongar las largas meditaciones, no es discutible, y que haya sido apreciada por sus virtudes terapéuticas, lo atestigua un escrito del propio Eisai, el Kissa Yojoki ("Memoria sobre el té y la conservación de la salud"): "El té es un elixir para la conservación de la salud cuando se alcanza una edad avanzada, así como un excelente medio para prolongar la vida". El uso del té como sostén de la meditación suscitó, por otro lado, otra leyenda, mucha más reciente que la de Shen-Nong, el emperador con cabeza de buey.
Erase una vez un príncipe indio llamado Dharma. Los dioses se habían inclinado sobre su cuna: su belleza hacía soñar a las princesas de la corte, su comprensión de los textos sagrados maravillaba a los viejos monjes y tal era su concentración que podía permanecer despierto durante horas. Pero, muy a pesar de sus padres, el príncipe Dharma decidió poner todas estas cualidades al servicio de la enseñanza budista. Se puso en camino, hacia China y Japón. Un día, agotado por las largas vigilias, le sorprendió el sueño a la orilla del camino. Al despertar, la inmensidad de su pecado le sumió en el desespero y, de rabia, se cortó los párpados y los enterró a la orilla del camino.
El príncipe, mucho más tarde, volvió a pasar por este camino: en el mismo lugar en el que había enterrado sus párpados, había crecido un arbolillo. Probó sus hojas de sabor desconocido y se dio cuenta de que tenían la propiedad de mantener la mente despierta. Este arbolillo era el té. Desde aquel tiempo, todos los monjes tienen un jardincillo alrededor de su templo en el que cultivan el precioso vegetal.
Estas propiedades "espirituales" no deben hacernos olvidar que la aristocracia también había apreciado la nueva bebida. Los samurais se preocupaban poco por las medicinas budistas, y preferían reunirse y organizar concursos y fiestas para beber, en las que, muy a menudo, se mezclaban ostentación vulgar y placer refinado. En efecto, estas reuniones eran pretexto para baños comunes y para el alarde de los objetos más lujosos- pieles de pantera, vajilla importada de China y Corea- que se ofrecía al vencedor de los diversos concursos. Lo que más apreciaban los samurais era probar diferentes crudos de té y descubrir sus orígenes. Ni que decir tiene cuánto afligían a los monjes estas prácticas "paganas"; veían en estos juegos (Tocha), en la promiscuidad de los nobles y los plebeyos, un atentado a las antiguas virtudes de orden y al sentido de la jerarquía.
Puede decirse que estas dos concepciones del té, sostén de la meditación y pretexto para mundanerías, casi siempre han convivido en el Japón. Correspondía, sin embargo, al período de Momoyama el crear una filosofía del té. Dos personajes históricos van a concurrir a ello: un monje y un samurai: Sen no Rikyu y Toyotomi Hideyoshi.

de "El libro del amante del té" Sabine Yi, Jacques Jumeau- Lafond y Michel Walsh.

Deja un comentario