Léxico familiar (Natalia Guinzburg)

Cuando yo era pequeña y vivía en casa de mis padres, si mis hermanos o yo volcábamos un vaso encima del mantel o se nos caía un cuchillo, mi padre tronaba: «¡No hagáis groserías!».

Si mojábamos el pan en la salsa, gritaba: «¡No rebañéis los platos!¡No hagáis menjunjes!». Los cuadros modernos también eran, según mi padre, cochinadas y menjunjes; no los podía soportar.

Decía: «¡No sabéis comportaros en la mesa! ¡No se os puede llevar a ningún sitio!».

Y decía: «Si fuerais a una table d’ hote de Inglaterra, os echarían enseguida por hacer cochinadas».

Tenía en gran estima a Inglaterra. Consideraba que era el mayor ejemplo de civilización del mundo.

Durante las comidas solía hablar de las personas que había visto ese día; era muy severo en sus juicios y todo el mundo le parecía estúpido. Para él, un estúpido era «un tonto». «Me ha parecido un grandísimo tonto», decía de alguien a quien acababa de conocer. Además de los tontos, estaban los «palurdos». Para mi padre los «palurdos» eran las personas que se comportaban torpe y tímidamente, las que se vestían en forma inapropiada, las que no sabían montañismo y las que no sabían idiomas.

Llamaba «palurdez» a cada acto o gesto nuestro que juzgaba fuera de tono. «¡No seais palurdos! ¡No hagáis palurdeces!», nos gritaba continuamente. La gama de las palurdeces era muy amplia. Llamaba «palurdez» a ir con zapatos de ciudad a las excursiones al monte, a entablar conversación, en el tren o por la calle, con un compañero de viaje o con un transeúnte, a hablar con los vecinos desde la ventana, a quitarse los zapatos en el salón y calentarse los pies en el radiador, a quejarse de sed, de cansancio o de rozaduras en los pies durante las excursiones al monte y a llevar a ellas comidas grasientas y servilletas para limpiarse los dedos.

A las excursiones sólo se podía llevar un determinado tipo de alimentos: queso fontina, mermelada, peras y huevos duros, y sólo se podía tomar el té que él mismo preparaba en el hornillo de gas. Inclinaba sobre éste su cabeza absorta con el pelo rojo cortado a cepillo y protegía la llama del viento con su chaqueta de lana de color hollín, chamuscada y pelada por la zona de los bolsillos; todas las vacaciones llevaba la misma.

en Léxico familiar, Lumen, 2017.

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