Mil grullas y la ceremonia del té (Yasunari Kawabata)

La trama de Mil grullas (Senbazuru) gira alrededor de uno de los ritos consagrados de la cultura japonesa, la ceremonia del té, encuentro que desde el siglo XIII pacificaba a los guerreros. Para imaginar las escenas con los objetos apropiados se justificaría la consulta a una enciclopedia de arte: las grullas del pañuelo son un auspicioso símbolo de longevidad; los tazones ceremoniales de cerámicas renombradas; el Oribe oscuro con toques de blanco y diseño de helechos de la primera ceremonia; la jarra Shino de esmalte blanco y tenue rojo para la ofrenda floral fúnebre; el par de Raku, negro y rojo —tazones hombre/esposa—; el terrible Shino cilíndrico con la huella imborrable de un lápiz de labios, que será lanzado en una suerte de exorcismo pero cuyos pedazos habrá que enterrar con respeto; el Karatsu verduzco con toques de azafrán y carmesí, de asimétrica factura coreana que conformará con el anterior otra bella pareja de objetos-fantasma; las acuarelas de Sotatsu y las caligrafías del poeta Muneyuki que decoran el altar estético. Es el refinado mundo de la ciudad de Kamakura, son los entornos del templo zen Engakuji. (Amalia Sato)

Chikako removió las brasas del brasero.

—Señorita Inamura, haga té para el señor Mitani. No creo que le haya tocado todavía.

La muchacha de las mil grullas se puso de pie.

Kikuji la había observado junto a la señora Ota. Sin embargo, había evitado mirarla una vez que vio a la señora Ota y a su hija.

Chikako, por supuesto, estaba exhibiendo a la muchacha para que él la inspeccionara.

Una vez que ocupó su lugar junto al brasero, se volvió a Chikako.

—¿Qué tazón usaré?

—Déjame ver. El Oribe sería apropiado —respondió Chikako—. Perteneció al padre del señor Mitani. Le tenía mucho cariño y me lo regaló.

Kikuji recordó el tazón de té que Chikako había colocado frente a la muchacha. En verdad había pertenecido a su padre, y su padre lo había recibido de la señora Ota.

¿Y qué respecto de la señora Ota, que en la ceremonia de hoy veía un tazón que había sido atesorado por su difunto esposo y había pasado del padre de Kikuji a Chikako?

Kikuji se sentía consternado ante la falta de tacto de Chikako. Pero uno no podía evitar concluir que también la señora Ota había mostrado cierta falta de tacto.

Aquí, preparando té para él, claramente al margen de las enconadas historias de las mujeres de edad madura, la joven Inamura le pareció hermosa.

***

—Siento haber demorado tanto. Pensé que sería mejor dejar que el agua hirviera un rato. —La mucama llegó con carbón y una tetera.

Debido a que la casa era húmeda, Kikuji había querido caldearla. No había pensado en hacer té.

La mucama, sin embargo, había utilizado su propia imaginación.

Kikuji, distraídamente, dispuso el carbón y colocó la tetera sobre el brasero. A menudo, haciéndole compañía a su padre, había asistido a la ceremonia del té. Nunca lo había tentado, sin embargo, adoptar él mismo ese pasatiempo y su padre tampoco lo había presionado.

Cuando el agua hirvió, sólo corrió un poquito la tapa de la tetera y se sentó con la vista fija en el brasero.

Había olor a moho. Las esterillas también parecían húmedas. El color profundo y discreto de las paredes había destacado la figura de la joven Inamura hasta lograr un efecto mejor que el habitual; pero hoy estaban simplemente oscuras. Había existido cierta incongruencia, como cuando alguien que vive en una casa de estilo europeo usa un kimono. Kikuji le había dicho a la muchacha:

—Debe de haberte enfadado que Kurimoto te haya llamado. Fue idea de Kurimoto traernos hasta aquí.

—La señorita Kurimoto dice que hoy es el día que tu padre realizaba la ceremonia del té.

—Así parece. Yo me había olvidado.

—¿Supones que se comporta de modo extraño al invitar a alguien como yo en un día como éste? Me temo no haber estado practicando.

—Pero tengo entendido que la misma Kurimoto lo recordó hoy por la mañana y vino a limpiar el lugar. ¿Hueles el moho? —Se tragó a medias las siguientes palabras—: Si vamos a ser amigos, no puedo dejar de pensar que hubiera sido mejor que nos presentara otra persona que no fuera Kurimoto. Debería disculparme ante ti por eso.

Ella lo miró con suspicacia.

—¿Por qué? Si no hubiera sido por la señorita Kurimoto, ¿quién podría habernos presentado?

Era una protesta simple y, sin embargo, daba en la tecla. Si no hubiera sido por Chikako, ellos dos no se habrían encontrado en este mundo.

¨**

Kikuji pensó en la mujer haciendo té el día antes de su muerte. Mientras medía la cantidad de té, una lágrima había caído sobre la tetera. Él había ido a buscar el tazón, ella no se lo había traído. Cuando él terminó el té, la lágrima ya se había secado. Ella había caído en su regazo en el instante en que dejó el tazón.

—Madre pesaba más cuando le sacaron la fotografía. —Se apresuró con las siguientes palabras—: Y me hubiera avergonzado colocar una fotografía demasiado parecida a mí.

Kikuji se dio vuelta para mirarla. La mirada, ahora en el piso, había estado clavada en su espalda. Tenía que dejar la urna y la fotografía, y enfrentarla. ¿Cómo podía disculparse? Encontró el modo en la jarra Shino para el agua. Se arrodilló delante de la jarra y la miró evaluándola, como se miran los recipientes de té. Un tenue rojo se traslucía en el esmalte blanco. Kikuji estiró la mano para tocar la superficie voluptuosa, cálida y calma.

—Suave, como un sueño. Incluso cuando uno sabe tan poco como yo, puede apreciar una buena pieza Shino.

Como el sueño con una mujer, había pensado, pero había eliminado las últimas palabras.

—¿Le gusta? Permítame que se la entregue en memoria de mi madre.

—Oh, no. Por favor. —Kikuji levantó la vista, consternado.

—¿Le gusta? Madre estaría feliz también. Sé que así sería. No es una pieza mala, me imagino.

—Es una pieza espléndida.

—Así decía mi madre. Por eso coloqué sus flores allí.

Kikuji sintió que le asomaban unas lágrimas tibias a los ojos.

—La aceptaré, entonces, si me permite.

—Madre estaría contenta.

—Pero no me parece probable que la utilice para el té. La convertiré en un florero.

—Por favor, hágalo. Madre también la utilizaba para las flores.

—Me temo que no quiero decir flores para la ceremonia del té. Parece algo triste que un recipiente de té abandone la ceremonia del té.

—Yo estoy pensando en dejar de realizar la ceremonia del té.

En «Mil grullas» Yasunari Kawabata, Ed. Austral, 2012.

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