En los campos de té (Paul Theroux)

En 1986 Paul Theroux decidió viajar a China aprovechando un año sabático. Su instinto le decía que un país tan enorme sólo puede conocerse «sin despegar los pies del suelo». Y se propuso atravesarlo viajando sólo en tren.

De Mongolia a Pekín, de Pekín a Shanghai, de Shanghai a Cantón, y de allí hacia el norte y por todo el interior del país, Theroux recorrió miles de kilómetros. El resultado es un itinerario palpitante de detalles y anécdotas, en la mejor tradición del reportaje literario, que muestra sin tópicos ni folclorismos la realidad profunda de China.

Rescatamos este diálogo en el Tren número 324 de Hohhot a Lanzhou:

Busqué a una de las profesoras y averigüé que tenía más o menos mi edad. Se trataba de la profesora Shi. En 1967, en plena época estudiantil, era una ardiente partidaria de la Revolución Cultural y se ofreció voluntaria para viajar de Pekín a la provincia de Anhui para trabajar en una plantación de té. Abandonó la idea de seguir estudiando y durante seis años recogió té.
—Pensé que sería como el Cuerpo de Paz —explicó.
—No, el Cuerpo de Paz era una organización inocente e ineficaz y nadie nos presionó para que formáramos parte de él —puntualicé—. Sin embargo, adentrarse en el campo chino era una gran campaña maoísta.
—Yo quise ir —insistió la profesora Shi y se saltó a la torera mi indirecta acerca de las presiones—. Quería vivir como los campesinos.
—¿Lo consiguió? —inquirí.
En los sesenta, cuando estaba en África, tuve la ligera idea de convertirme en nativo y vivir en una choza de barro y con ese fin abandoné mi casa proporcionada por el Cuerpo de Paz y me trasladé a un municipio africano, a una choza de dos habitaciones. No funcionó. Mis alumnos africanos lo consideraron poco digno y los vecinos me temían. Los extranjeros que vivían en chozas eran chalados o espías.
—Al principio fue maravilloso —reconoció la profesora Shi—. Celebrábamos competiciones para ver quién recolectaba más té. Lo difícil no era recogerlo ni agacharse, sino que permanentemente tenías que acarrear una pesada bolsa cargada con hojas de té.
En esa plantación no había electricidad. Como el río pasaba cerca, los jóvenes urbanos decidieron construir un embalse e instalar un generador. Sin duda semejaba un proyecto del Cuerpo de Paz: los de fuera decidieron que esos campesinos necesitaban algunas de las comodidades de que gozaban en su tierra, sobre todo energía eléctrica.
—Nos deslomamos durante un año para construir el embalse. Al final, cuando terminamos, fijamos la fecha en que encenderíamos las luces y la electricidad fluiría. Lo recuerdo perfectamente. Esa noche, cuando la electricidad funcionó, me puse en pie y lloré de alegría. Otros también lloraron. El viejo electricista de la unidad de trabajo dijo: «Sois jóvenes pekineses que no se arredran ante nada. ¿Por qué lloráis? No es más que un simple embalse, sencillamente energía eléctrica y unas pocas bombillas parpadeantes.» Se equivocaba. Lo habíamos conseguido nosotros con nuestras propias manos. Como la recolección del té. Por eso lloramos.

en «En el gallo de hierro: Viajes en tren por China» Ediciones B, 2009.

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