Comedia en la Aduana con un barril de agua y otros relatos (Thomas Lipton)

Fragmento de Leaves from the Lipton Logs, 1931.

Un descubrimiento temprano que realicé respecto del té era que cambiaba de sabor y de «cuerpo» según el agua que se empleaba para la infusión. Así, un blend que se daba excelentemente en un pueblo se volvía flojo e insípido como bebida cuando de lo preparaba en otro pueblo que estaba tal vez a cuarenta millas de distancia.

La explicación por supuesto, está en las propiedades químicas de las diferentes fuentes de agua. Por ese motivo, le di instrucciones a cada gerente de sucursal de enviar, periódicamente, muestras del agua bebida por los habitantes de su pueblo o ciudada mis degustadores de té en Londres, y éstos, a su vez, debían preparar los mejores blends para los diferentes distritos. Como resultado fui capaz de promocionar «el té ideal que conviene según el agua del propio pueblo», una idea que no se le había ocurrido a nadie y ayudó a apuntalar los tés Lipton. Sé que esto puede sonar un poco tirado de los pelos, pero no deja de ser cierto. El té que vendía en Edimburgo era un blend muy diferente del que vendía en Glasgow, mientras que el té de Londres, especialmente preparado para adecuarse al agua, era un producto completamente diferente del té de aguas duras que enviaba desde mi sede a Manchester, por ejemplo.

La práctica de testear el agua siguió adoptándose incluso cuando comencé mis sucursales continentales. Recuerdo al dueño de un negocio en Hamburgo que tenía un barril de agua relativamente grande, y a quien se le estaba complicando pasar su «equipaje» por la Aduana. El primer oficial con el que tuvo problemas se quedó simplemente mirándolo cuando le dijo que el barril no contenía otra cosa que agua. Luego fue a llamar al jefe.

-Vaya, vaya, ¿qué tiene dentro de ese barril?- preguntó el jefe con cierta aspereza.

_¡Agua potable!- explicó el hombre en cuestión.

Ahora le tocó el turno al jefe de mirarlo con asombro.¡En toda su larga experiencia al mando del servicio de aduanas, jamás se había topado con un caso así!

_¿Sólo agua potable?- preguntó extrañado- ¿Quiere decir que viajó desde Hamburgo con un barril de agua? ¿Qué cree que somos…niños? ¡Abra el contenedor y veamos qué tal está el agua que trajo!

Por supuesto que era agua, pero sólo dejaron que el hombre pasara después de que cada funcionario de Dover la hubiera probado y olisqueado detenidamente. Y por las miradas que le echaron a la figura que se alejaba, ¡era evidente que lo creían loco!

Hacía apenas un año que estaba metido en el comercio del té cuando se presentó la oportunidad de ir a Sri Lanka. Sucedió luego del fracaso de la cosecha de café en la isla. Algunos banqueros en Londres, que representan un grupo de fincas en Sri Lanka, vinieron a verme para convencerme de adquirirlas y llevar a cabo la plantación de té a gran escala. Yo ya estaba comprando ingentes cantidades de té, ¿por qué no cosechar gran parte de la materia prima yo mismo?, me instaron. La idea no me pareció en lo más mínimo descabellada. Coincidía plenamente con la regla que yo mismo había impuesto respecto de que, siempre que fuera posible, había que anular a los intermediarios o terceros entre el productor y el consumidor. Pero no estaba dispuesto a que me vendieran gato por liebre. Así que en lugar de llegar a un acuerdo con los Bancos, compré un pasaje a Australia para el primer barco disponible, pero me bajé en Colombo, Sri Lanka.

Al llegar a Colombo me dirigí inmediatamente a los distritos de té de Kandy y Matele, donde inspeccioné propiedades que estaban en venta. Aunque sabía tanto sobre el cultivo de té como Euclides sobre motores, me gustaron los terrenos. Sin pensarlo demasiado, envíe a los banqueros de Londres un cable con una oferta muy baja, y cuando respondieron ¿no puede subirla?, ¡supe que las plantaciones eran mías! En el término de unas pocas horas, y por un pequeño costo adicional de uno o dos cables más, me volví el único propietario. Ya a la mañana siguiente fue bastante claro que no me iba a arrepentir de la rápida transacción realizada, cuando otro comprador potencial, que tenía también experiencia en el negocio del cultivo, apareció y me ofreció una ganancia de diez mil libras respecto de lo que yo había pagado.

…No me gustaría que imaginaran que en estas primeras transacciones en Sri Lanka, y en importantes desarrollos subsiguientes de mis intereses orientales, me salió todo tan fácil como soplar y hacer botellas. Nada más lejos de la verdad. Había que pensarlo mucho, y trabajar incluso más. Había que lidiar con muchos problemas, de naturaleza humana y económica. Tuve que dedicarme con esmero a una serie completamente nueva de hechos y circunstancias. «El Este es el Este, y el Oeste es el Oeste!» y no demoré mucho en comprobarlo. Pero Este u Oeste, lo que suele triunfar es el sentido común, y mi principal objetivo, después de transformarme en agricultor de té a gran escala, era mejorar mis propiedades y las condiciones de mis empleados nativos, eliminar el desperdicio, introducir métodos de última generación e instalar maquinaria moderna. Si no hiciera todo esto, me di cuenta de que mis inversiones no serían tan rentables como parecía probable al principio…

¡Directo del jardín a la tetera! Este fue el slogan que me traje a casa de Sri Lanka y lo aproveché al máximo en todas mis publicidades posteriores durante varios años. Debió agradar bastante porque las ventas de té subieron a pasos agigantados. A menudo, a pesar de mis provisiones de Sri Lanka y de los grandes paquetes que seguí comprando en Mincing Lane y luego en Colombo Tea Sales, se me hacía difícil abastecer a todas mis sucursales con todo el té que pedían para satisfacer a millones de clientes.

En Micing Lane, se agudizó la oposición. No es de extrañar que el hombre que dirigía sus propias plantaciones y vendía «directo del jardín de té a la tetera» no fuera alegremente recibido en el Lane donde se concentraban agentes e intermediarios; de cualquier modo obtenían todo el té que necesitaba porque sabían que pagaba con buen dinero y que siempre lo hacía en el acto. Se hicieron varios intentos por ultrajar el «té barato» subiendo los precios de los paquetes de té extrafinos y especialmente seleccionados hasta cinco y diez guineas por libra. Pero demostré que podía superar holgadamente tácticas de ese tipo. Con el objetivo de probar al Lane y al público que mis propiedades en Sri Lanka eran capaces de producir el mejor té del universo, le envié un cable a mi gerente en la isla para que me enviara a casa un paquete del mejor té de punta dorada cultivado en nuestras propias tierras. Poco después llegó y se vendió en remate público, en Micing Lane, al increíble precio de ¡treinta y seis guineas la libra! Después de esto ya no hubo más intentos por defenestrar al té Lipton; había establecido un récord difícil, casi imposible, de superar.

trad. Jeannine Emery

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