Sobre infinitos pisos y negocios,
bebo magia de té dorado.
El ventanal profundo está ofreciéndome
un abismo de portland delicado.
Con la liviana llave de esta altura
abro el sueño de la ciudad;
y en la tarde, los prismas angustiados
se disfuman en ancha suavidad.
Quizás son voladoras estas torres,
donde milagros se aposentan
entre palomas, torres donde viven
los que de la ternura se alimentan.
En el río, que acaso es lento beso,
mezo un barquito, y Dios, el día.
De una calle, o del rastro de mis ojos,
alzo la miniatura de un tranvía.
Y a ti te olvido, hombre diminuto
como un terroncito de fe,
porque temo que te arroje mi mano
al misterio de mi taza de té.
de «La llave» (1957) -versión de 1996-
en Biagioni, Amelia. Poesía completa. Buenos Aires : Adriana Hidalgo, 2009.