El té y el destino (Glauce Baldovin)

II

Sin embargo supe
desde siempre
que ella vendría alguna vez
y fui preparándole su lugar en la casa.
Bordándole las sábanas
dejando en la alacena un estante para su taza de té
y su vaso de vino.

Estábamos predestinadas.

Oye, me dice, aquel hombre
aquella mujer
hablan de algo que los une o los separa.
Hablan de la libertad.
Y sólo nosotras, en este rincón,
azuzadas por el crepúsculo
esfumadas por el silencio
somos libres.

III

Vuelvo temprano.
Ella me aguarda leyendo el destino en las hojas de té
bordando paneles con pájaros rosados.
A veces calla
y espera que sea yo quien hable de las últimas lluvias
de la revolución que avanza.
A veces habla.
Como una bruja me dice qué hice en el día
en la noche
y por qué lo hice.
A veces callamos las dos
descorremos las cortinas
y miramos en el horizonte no sé si el pasado o el futuro.

en "Libro de la soledad"
Raúl Dorra

Quiero sentir vuestras manos, las que se crispaban ante la
puerta altísima. No había más que muros y las grietas y a veces
los relámpagos que rayaban el cielo a vuestras espaldas.


Estoy cansada.
Quisiera dormitar un instante a vuestro lado
entre sábanas bordadas que jamás gozamos.
Susúrrame al oído en tu lengua ancestral, Amalia
cuéntame un cuento de nuestra gente lombarda, Haroldo
canta, Oscar, como sólo tú me cantaras
Paloma bate en mis sienes tus alas
Graciela, háblame de tu amor ultimado a balazos del hijo que robaron
prepara un té de cedrón, Angelina, o de esas hierbas de luz
que les cuelgan de las vértebras el cráneo los brazos.

Prometo en diez minutos levantarme de un salto
volver a andar las calles denunciando el indulto
no permitiendo el olvido.
Proseguir con mi canto.

en "Ni olvido ni perdón"
El secreto

El secreto revelado crece en hongos venenosos.
Alguien lo echa en el té el vino la mermelada.
Las cucharas arrastran el veneno
el cuchillo lo divide lo esparce
y el secreto fructifica en una serpiente apocalíptica
que penetra en las alcobas
en el lecho.
Que preside la mesa.

El secreto desnudo rondando por mesas de café
por los cables del teléfono
por trenes que lo llevan a conquistar nuevos territorios
agoniza
muere
y de sus cenizas nace un cuchillo para atravesar el corazón.

en "El ángel aherrojado"
IV

Fue una predestinación el mirarse a los ojos solsticios tras solsticios y escuchar, escuchar mientras las hojas de té se adherían al fondo de la taza y vaticinaban el destino.
Destino de barcos perdidos en la marejada, de abuelas bordando corazones entrelazados en las sábanas. De adormideras. De desencuentros.

Le pediste el lugar más hospitalario del infierno.
Aghone no sabe del infierno ni de los cielo, sólo su isla -perdida en el noveno mar, el mar violeta con reflejos verdes de algas y sirenas.
Y hasta allí nadie podrá seguirlo- sólo el misterio de su ardiente pasión por lo que no fue, no es.
Nunca será.

en "Huésped en el laberinto"

de Baldovin, Glauce. Mi signo es de fuego : poesía completa. Córdoba : Caballo negro editora, 2018.

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