Una lluvia de septiembre cae sobre la casa. En esmirriada luz, la vieja abuela sentada en la cocina con la niña junto a una pequeña maravilla de estufa, lee los chistes del almanaque, riendo y hablando para ocultar sus lágrimas.
Piensa que el equinoccio de sus lágrimas y la lluvia que golpea el techo de la casa fueron ambos predichos por el almanaque, para conocimiento sólo de una abuela. Canta la pava de metal sobre la estufa. Ella corta más pan, dice a la niña,
es la hora del té ahora; pero la niña en la pava ve cómo unas duras lágrimas alocadas bailan sobre la negra estufa, igual que ha de bailar la lluvia sobre la casa. Al poner orden, la vieja abuela cuelga el astuto almanaque
de su cuerda. Como un pájaro, el almanaque planea sobre la niña, planea sobre la vieja abuela y su taza repleta de oscuras lágrimas. Ella tiembla y dice que está la casa fría y agrega leña a la estufa.
Debía ocurrir, dice la estufa. Sé lo que sé, dice el almanaque. Con lápices traza la niña una casa y un corredor tortuoso. Luego la niña hace un hombre con botones como lágrimas y orgullosa se lo muestra a la abuela.
Pero en secreto, mientras la abuela se atarea alrededor de la estufa, pequeñas lunas caen como lágrimas desde las páginas del almanaque a los canteros de flores que la niña puso con cuidado ante la casa.
Tiempo de sembrar lágrimas, dice el almanaque. Canta la abuela a la maravillosa estufa y la niña dibuja, inescrutable, otra casa.
trad. María Negroni de Questions of Travel, 1965 compilado en La pasión del exilio, bajo la luna, 2007.