V Dormí a la sombra de su casa en la isla de San Cristóbal, bautizada Chatman por balleneros norteamericanos. Me invitó con té, un mazo de cartas y su serena desgracia. Caminé despacio. Playas de seda festoneadas de cangrejos e iguanas, de volcán al centro y las lluvias sobre el lago, los naranjales pudriéndose a orillas de las estancias. Después me fui a Floreana, la de la arena negra, y a Santa Cruz, donde abundan las tortugas gigantes, los refugiados nazis y los manglares. En la Isabella recogimos cocos con el chileno pescador de tiburones, a quien luego perdí el destino y quizás, se hizo a la mar en balsa de Guayaquil a las Galápagos. De regreso visité al ciego, contador de historias, guitarrero, en cuya casa dormí. Me dio una carta para sus parientes en Guayaquil. Y nunca la entregué. ¿Sería de vida o muerte? ¿De qué sería la espesa grafía que dictara el ciego puesta en mis manos sin sospecha? Nunca la entregué. Estará esperando todavía. Estará esperando. en Gemelas del sueño, Norma, 1998.