Los países árabes y el té

Vista de Granada desde La Alhambra

En una de sus obras, El joven y el león, Jean Anouilh pone en escena al emir de Zaragoza, que, con toda naturalidad, ofrece té con menta. Pero, ¿estamos bien seguros de que la España musulmana conocía esta bebida? Ya sabemos que la más antigua mención del té (al menos en Occidente) se debe a un comerciante árabe, Suleimán. He aquí lo que éste dice en sus Relaciones de la China y la India: «Al rey se la asignan en propiedad, como fuentes importantes de ingresos, la sal y una hierba que beben con agua caliente y que se vende muy cara, en todas las ciudades la llaman sakh. Su empleo es universal. El Erario está constituido exclusivamente por el impuesto, la sal y esta hierba».

Este importante testimonio se refiere sobre todo a la región de Cantón. Agreguemos que la transcripción sakh se debe, probablemente, a un error de copia, pues cha no lleva nunca la consonante final. Curiosamente, no parece que el interés de los musulmanes se despertara por esta narración, puesto que ya no encontramos, luego, testimonios escritos.

Ya no sorprenderemos, pues, a nadie, diciendo que el té con menta nos viene de los … ingleses.

En efecto, todo comenzó en el siglo XIX, cuando se preocupaban por las nuevas salidas para las existencias de té. La guerra de Crimea, que inhabilitaba el mercado eslavo, tuvo mucho que ver en ello. Los ingleses se volvieron entonces hacia Marruecos y concentraron su actividad en Mogador y en Tánger. Hasta entonces, la bebida favorita de los árabes era la infusión de menta o, durante el invierno, de ajenjo. Quizás porque suavizaba el amargor de estas infusiones, el té fue bien acogido por la población. Incluso vio la luz un arte del té. En efecto, las reglas de la hospitalidad o de los usos sociales exigen que se ofrezcan tres infusiones de té con menta, siendo la última la más «fuerte». Otro detalle de importancia: hay que servir el té con ayuda de dos teteras diferentes, echándolo de bien arriba, directamente en el vaso (y no en la taza).

Estas costumbres nuevas, no obstante, no fueron aceptadas por todos. Ciertos bereberes, sobre todo, hicieron hincapié en que la llegada de aquella nueva bebida presagiaba, ciertamente, la intrusión de intereses mercantiles.

en «El libro del amante de té» Sabine Yi, Jacques Jumeau-Lafond, Michel Walsh. Barcelona : José Olañeta; 1983.

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